miércoles, 15 de junio de 2011

Payada: Martínez contra Gonzaga.

Teodosio Martínez nos trae esa payada legendaria en la que tuvo el honor de ser vencido por el gran Pancho Gonzaga.



Cuando empezó el vendaval

y yo me hallaba matiando

hacia la estancia montando

alegre sobre su animal

venía aquel Don Gonzaga.

“Pues quiera Dios que se me haga

enfrentarme a este viajero

payar un rato con él,

después de un rato saber

quién de los dos es primero”



M: Caballero, caballero,

     siéntese aquí a la matiada,

     haremos una payada,

     no se vaya caballero.



G: Prepárese compañero

     afine guitarra y voz.

     Nos enfrentaremos los dos,

     verá que no tengo miedo.

     Si estoy aquí es porque puedo

     porque el pájaro cantor

     no canta en árbol sin flor;

     ni avientan pial a la res

     si no ven que de una vez

     va a caer redonda al suelo.



M: Sepa bien usted ¡canejo!

     Desde el día en que yo nací

     como payador me vi

     y a usté lo estaba esperando,

     desde niño practicando

     como cantor me curtí.

     Y desde que a usté lo vi

     como entre muchos primero…

     Como dijo un carretero

     con la picana y el clavo:

     si el toro me sale bravo

     ‘garro el poncho y lo toreo,

     ‘garro facón y lo cuarteo.

     Así a Gonzaga retaba.

     Mientras así cantaba

     por el sonido del canto

     se nos jueron acercando

     unos que por aí pasaban.



G: Eso está muy bien amigo,

     que hay que saber elegir

     con cuál se va uno a medir

     y cuál será su enemigo.

     Además yo pienso y digo

     contrincante no es cualquiera

     que si no es ducho aunque quiera

     podrá enfrentarse conmigo.

     Pero mejor no le sigo,

     empiece usted la culera.



M: Yo quisiera saber

     que no es secreto de arriba

     ¿cuántos pasos en su vida

     camina un pingo cualquier?



G: Yo le puedo responder

     a la cuestión bien planteada.

     Es verdad averiguada

     no es pregunta sin salida

     los pasos que da en su vida

     son los mismos que en bajada.



     Ahora respóndame usté

     el número de luceros

     y estrellas que tiene el cielo

     porque en las noche lo ve

     y yo he llegado a creer

     que usté ya debe saberlo.

 Una payada, por Hugo D'Adderio.



M: Ponga usté un dotor a verlo,

     un estudioso a contarlo,

     y después de averiguarlo

     o contar habrá de entenderlo:

     le dirá que son cincuenta.



G: ¿Cómo que tiene cincuenta?



M: ‘Garre piedras, haga cuenta,

     cualquiera luego de un rato

     de mucho hacer garabato

     verá que no tienen cuenta

     y le dirá: “Son sin cuenta”.



     Esta pregunta hace tiempo

     me hizo ganar la payada.

     Sesera poco estremada

     a un pelao que trujo el viento.

     Respóndame con tiento,

     y no se dé tantos tumbos

     que la cuestión no es de truco.

     ¿Cuánto tiempo es calculado

     por un hombre montado

     pa’ darle la vuelta al mundo?



G: Si del sol tomará rumbo

     y ansina galopará,

     Martínez, bien me dirá

     corriendo en un solo día

     la vuelta al mundo daría

     si el sol no lo deja atrás.



     Ahura diga, compañero,

     el nombre de ese señor

     de sus hermanos menor

     aunque nacido primero.



M: Eso es fácil compañero,

     todo mundo le dice “uno”

     más que número ninguno

     si descontamos el cero.

     El uno jué hecho primero,

     más chico que otros, el uno.



     ¿En qué se parece el viejo

     a los hornos de carbón?



G: No me da comezón,

     los dos se prenden parejo:

     que si no train bozalejo

     no sabe la que le toca

     porque uno le entra al alcol,

     a otro le meten carbón…

     Los dos prenden por la boca.



     ¡Qué lindo estamos payando!

     Ahura yo le quiero pedir

     que me pueda usté decir

     ahura, ¿en qué estoy pensando?



M: ¡Ahijuna! ¿qué está pensando?

     yo cómo puedo saberlo,

     que no soy Dios pa’ entenderlo,

     dirá que estoy inventando.



G: ¡Caray! Yo estaba pensando

     después de tanta barunta

     no respondía a la prenguta

     ‘tonces me iba yo ganando.



     Luego agarró su bordona

     y se montó pa’ otros pagos.

     Los que allí estaban juntados

     vieron que clavó las lloronas

     pa’ rebasar la maroma.

     Se jué como parición

     este grande payador

     luego de darnos las gracias.

     Se ve que tenía hartas ansias

     de ir a otro gallo cantor.

 Un gaucho. Extraído del Diccionario Folklórico Argentino.

Autores: Alejandro Rodríguez y Daniel Bonilla. 

Bombas, payadas y coplas.


Las “bombas” se encuentran muy extendidas en Centroamérica y el sur de México, especialmente en Tabasco y Yucatán, donde son muy populares y constituyen una práctica folclórica tradicional. También se presentan en Colombia, Ecuador, España y Venezuela.

Yucatán, en particular, es famoso por sus bombas. Las mismas se encuentran asociadas a las vaquerías, fiestas populares por excelencia de la región. Son de origen colonial, incluyen una misa católica, una corrida de toros y el baile. Es en el baile, donde se interpretan las jaranas y se “lanzan” las bombas yucatecas, una especie de diálogo de ingenio en copla entre la pareja de jaraneros, casi siempre con forma de cuarteta. Han sido definidas como "verdaderas guerras verbales entre el hombre y la mujer".
           
José Manuel Pedrosa sostiene que la costumbre de recitar bombas en México, "procede, indudablemente, de España", donde aunque tienen poco desarrollo en la cultura popular, ha logrado verificar su existencia al menos desde fines de siglo XIX. Pedrosa relata cómo los campesinos extremeños bailaban una danza llamada “la geringosa”. La coreografía de la danza exigía que los bailarines formaran dos filas, de tal modo que siempre una pareja debía pasar por el medio. En cierto momento, algún presente gritaba "¡bomba!" y la pareja que en ese momento se encontrara entre las filas, debía intercambiar bombas.

En su forma original, las bombas guardan muchas similitudes con las relaciones cruzadas de las danzas con relaciones sudamericanas, construidas en forma de diálogo de cortejo entre el hombre y la mujer que bailan, aunque más elaboradas, ya que incluye una bomba de "desenojo". En Yucatán, "las parejas bailan hasta que las interrumpe el grito de ¡bomba!; el baile se detiene y el anunciador indica a la persona que tiene que recitar una copla o verso"

Las bombas escritas en los sitios de encuentro virtual tienden a acentuar el carácter humorístico de las coplas, así como permitir una mayor improvisación y libertad formal y temática en la creación de las mismas, con mayor uso de malas palabras. En algunos casos se han asimilado a la payada, utilizando
sextinas octotasílabas.


También se halla muy difundida, en la tradición folclórica argentina, la llamada relación de dos caras o cruzada. Fue denominada así porque la copla de una persona recibió la respuesta de la otra en el acto; era en realidad una payada efectuada entre seres de ambos sexos, en la cual el hombre gozaba excitando en el público la imaginación femenina y obtenía de ella los estocazos de sus palabras versificadas que herían muchas veces más que los producidos por el fierro de los hombres. Si la dama no se hallaba en condiciones de poder replicar, podía nombrar su personero, es decir, designar una persona de los presentes que lo hiciera por ella.

La copla es una composición poética, de gran difusión en la cultura campesina tradicional, en forma de cuartetas de diferente extensión silábica según los casos (penta, hexa y octosilábicas). Se expresa como letra de distinto tipo de canciones ejecutadas individual o colectivamente, con o sin acompañamiento musical.

Estas tienen una semejanza a la payada puesto que, por ejemplo, en México la copla se utiliza para callar al segundo:


Bibliografía:

Carrizo, Juan Alfonso. Antiguos cantos populares argentinos (Cancionero de Cajamarca). Buenos Aires: Silla Hermanos. 1926.

Frenk, Margit, (coord.) Cancionero Folklórico de México, 5 vols. México: ColMex, 1975-1985.

Pedrosa, José Manuel,. “Canciones y romances de Navaconcejo del Valle (Cáceres): repertorio profano”. Revista de Folklore. 160. págs. 111-121. 1994

El final de Martín Fierro

[Martín Fierro era un payador, pero no era un payador, como vimos en clase].

Dibujo del negro payador, por Hugo D'Adderio.



Recabarren, tendido, entreabrió los ojos y vio el oblicuo cielo raso de junco. De la otra pieza le llegaba un rasgueo de guitarra, una suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y desataba infinitamente…

Recobró poco a poco la realidad, las cosas cotidianas que ya no cambiaría nunca por otras. Miró sin lástima su gran cuerpo inútil, el poncho de lana ordinaria que le envolvía las piernas. Afuera, más allá de los barrotes de la ventana, se dilataban la llanura y la tarde; había dormido, pero aun quedaba mucha luz en el cielo. Con el brazo izquierdo tanteó dar con un cencerro de bronce que había al pie del catre. Una o dos veces lo agitó; del otro lado de la puerta seguían llegándole los modestos acordes. El ejecutor era un negro que había aparecido una noche con pretensiones de cantor y que había desafiado a otro forastero a una larga payada de contrapunto. Vencido, seguía frecuentando la pulpería, como a la espera de alguien. Se pasaba las horas con la guitarra, pero no había vuelto a cantar; acaso la derrota lo había amargado. La gente ya se había acostumbrado a ese hombre inofensivo. Recabarren, patrón de la pulpería, no olvidaría ese contrapunto; al día siguiente, al acomodar unos tercios de yerba, se le había muerto bruscamente el lado derecho y había perdido el habla. A fuerza de apiadarnos de las desdichas de los héroes de la novelas concluimos apiadándonos con exceso de las desdichas propias; no así el sufrido Recabarren, que aceptó la parálisis como antes había aceptado el rigor y las soledades de América. Habituado a vivir en el presente, como los animales, ahora miraba el cielo y pensaba que el cerco rojo de la luna era señal de lluvia.

Un chico de rasgos aindiados (hijo suyo, tal vez) entreabrió la puerta. Recabarren le preguntó con los ojos si había algún parroquiano. El chico, taciturno, le dijo por señas que no; el negro no cantaba. El hombre postrado se quedó solo; su mano izquierda jugó un rato con el cencerro, como si ejerciera un poder.

La llanura, bajo el último sol, era casi abstracta, como vista en un sueño. Un punto se agitó en el horizonte y creció hasta ser un jinete, que venía, o parecía venir, a la casa. Recabarren vio el chambergo, el largo poncho oscuro, el caballo moro, pero no la cara del hombre, que, por fin, sujetó el galope y vino acercándose al trotecito. A unas doscientas varas dobló. Recabarren no lo vio más, pero lo oyó chistar, apearse, atar el caballo al palenque y entrar con paso firme en la pulpería.

Sin alzar los ojos del instrumento, donde parecía buscar algo, el negro dijo con dulzura:
—Ya sabía yo, señor, que podía contar con usted.
El otro, con voz áspera, replicó:
—Y yo con vos, moreno. Una porción de días te hice esperar, pero aquí he venido.
Hubo un silencio. Al fin, el negro respondió:
—Me estoy acostumbrando a esperar. He esperado siete años.
El otro explicó sin apuro:
—Más de siete años pasé yo sin ver a mis hijos.
Los encontré ese día y no quise mostrarme como un hombre que anda a las puñaladas.
—Ya me hice cargo —dijo el negro—. Espero que los dejó con salud.
El forastero, que se había sentado en el mostrador, se rió de buena gana. Pidió una caña y la paladeó sin concluirla.
—Les di buenos consejos —declaró—, que nunca están de más y no cuestan nada. Les dije, entre otras cosas, que el hombre no debe derramar la sangre del hombre.
Un lento acorde precedió la respuesta de negro:
—Hizo bien. Así no se parecerán a nosotros.
—Por lo menos a mí —dijo el forastero y añadió como si pensara en voz alta—: Mi destino ha querido que yo matara y ahora, otra vez, me pone el cuchillo en la mano.
El negro, como si no lo oyera, observó:
—Con el otoño se van acortando los días.
—Con la luz que queda me basta —replicó el otro, poniéndose de pie.
Se cuadró ante el negro y le dijo como cansado:
—Dejá en paz la guitarra, que hoy te espera otra clase de contrapunto.
Los dos se encaminaron a la puerta. El negro, al salir, murmuró:
—Tal vez en éste me vaya tan mal como en el primero.
El otro contestó con seriedad:
—En el primero no te fue mal. Lo que pasó es que andabas ganoso de llegar al segundo.

Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:

—Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos. Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando mató a mi hermano.

Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.

Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es intraducible como una música… Desde su catre, Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó, perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió en una puñalada profunda, que penetró en el vientre. Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.

Jorge Luis Borges. 

lunes, 13 de junio de 2011

Augusto Romero

Un fierro a fierro con un forastero, por el payador Augusto Romero.




La paya de hoy se ha desgranado en variantes resultado de su convivencia con otros tipos de poesía, ésta es de carácter narrativo como algunas de las que en principio se oían por la pampa. Algunas payas de hoy incluso intentan vuelos e interrogaciones filosóficas que las de los predecesores no llevaban a cabo.

He aquí una payada

 Dibujo de Hugo D'Adderio. Extraído de Martín Fierro. Madrid: Sopena. 1983.


A: Andan diciendo por ahí
aunque creo dicen de vano
payador estraordinario
anda paseando por aquí.
Y vine pa’ decidir
cuál de los dos es más pringao.

D: No te preocupes muchacho
que todos somos iguales.
Aunque hay unos más iguales
y otros que son igualados.

A:  Muy altanero el pelao
a ver si alcanza la liebre,
siente que todas las puede
y mejor hágase a un lao
este pingo es muy bravo
no vaya ser se me quiebre.

D: Pues igual si usté quiere
ya podemos principiar
que yo le voy a preguntar
a ver si contestar puede

A: Dicen que el que quiere puede.
Que salga de su ronco pecho.

D: Mi pregunta con provecho
trata sobre los caminos
que en ningún lado hacen nido
y contésteme derecho
¿De dónde proviene el camino?
No se me vaya a rajar

A: Usté’ bien me lo dirá
que el camino lo hace la gente
al irle caminando pa’enfrente
algo van dejando atrás.
Los caminos y veredas
salen de los pies del gaucho
gaucho de facón y pucho
Cuando deje de caminar
   su hijo lo continuará
   aunque haya hecho poco o mucho

Y ya que estamos en guerra
y hablamos de varias cosas
yo tengo una muy dudosa
¿on’ tiene el centro la tierra?

D: Pues de seguro no le yerra
ya que el centro está aquí abajo
y si se pone a escarbarlo
en un ratito lo encuentra
Y mientras usted lo piensa
yo quisiera interrogarlo
qué pasa con las lágrimas
si los dos ojos cerramos
si el llanto nos aguantamos
¿éstas dónde terminan?

A: Yo le diré ‘onde terminan
unas el pecho las guarda
otras salen por miradas
o en suspiros se destilan.
Y delante los que miran
yo le pido me responda
una difícil cuestión
que si usted me contesta
de su ingenio será muestra
y tendrá mi admiración.
.
¿Cuánto tiempo necesita
un hombre sobre su pingo
ya sea gaucho, ya sea gringo
si se fuera de visita
y después de esa visita
vuelta hubiera dado a la tierra?

D: Callaremos la guitarra
y quedaremos amigos
caballeros, caballeros,
téngalo por entendido,
y recojan las apuestas,
que el mulato está vencido.


Autores: Alejandro Rodríguez y Daniel Gonzaga.

El origen y períodos en el arte de payar


Ángel del Valle. Payador. Pintura sobre óleo. 1899. 

Siglo XVII, la pampa sudamericana que aún no reconocía con exactitud límites y fronteras constituía un territorio difícil y no se hallaba completamente ocupado: “la escasa población concentrada en ciudades aisladas una de otra por el desierto, la masa pastora diseminada por el campo, lejos de centros urbanos que le proporcionen cultura religiosa, política y social (escuela, industria, teatro, comercio, etc.), favorecen la barbarie”.[1]

Entre los gauchos, “jinetes de la llanura o pampa, dedicados a la ganadería” usualmente pertenecientes al “elemento criollo o mestizo […] aunque también fueron gauchos los hijos de los inmigrantes europeos, los negros y los mulatos que aceptaron aquel género de vida”[2] [3] quienes a bordo de un caballo realizaban la mayoría de sus tares y tenían su ámbito desde la Patagonia hasta el hoy estado de Río Grande del Sur, Brasil. Fue en esos lugares donde tuvieron principio el arte del payador y las payadas.

No existe una fecha exacta. Raúl Dorra, investigador de la BUAP, habla del primer periodo de este are como la “primitiva época” y lo remite desde mediados del siglo XIX hacia atrás. Entonces el payador mezclaba el canto con sus actividades cotidianas y su vida nómada en esas tierras semipobladas.[4]

Domingo Sarmiento los ubica de una manera que cabe pensar que para el año de 1778 ya recorrían de extremo a extremo el virreinato del Río de la Plata.[5]

La siguiente etapa se inicia a mediados del siglo XIX, cuando el payador se “urbaniza”, se vuelve un profesional. Su ocupación ahora consiste en cantar en diversos lugares y centros de entretenimiento (salones, teatros) para ganarse la vida. Este es el parteaguas que da por resultado el payador que hoy día conocemos. En este lapso es cuando viven los más famosos payadores (Gabino Ezeiza, José Betinotti, Pablo Vázquez, Francisco Bianco…). Se extiende hasta las primeras décadas deli siglo XX, cuando la tecnología hace posible la difusión masiva y a escala internacional.

Dentro de esta última etapa se encuentran Atahualpa Yupanqui, autor de Los ejes de mi carreta y El payador perseguido, Wilson Saliwonczyk y Alberto Pino.






[1] Ana María Barrenechea p. 312.

[2] “gaucho” en Diccionario Folklórico Argentino. Además, bajo la misma entrada se da la acepción de “hombre fuera de la ley” y se explican las causas, entre las que están la falta de paz en aquellas tierras debido a factores como las constantes incursiones de indios que ocasionaban que la zona que los gauchos habitaban fuera muy conflictiva.

[3] Cfr. con el Vocabulario Rioplatense Razonado: “gaucho”: “Hombre del campo, baqueano, diestro en el manejo del caballa, de lazo, de las boleadoras, de la daga y de la lanza, esforzado, altanero y amigo de aventuras.”

[4] Raúl Dorra. “El arte del payador” en la Revista de Literaturas Populares. Año VII. N°1. UNAM. p. 115-132.
[5] Vid. Domingo Sarmiento. Facundo. Capítulo II.

miércoles, 8 de junio de 2011

La paya de Dan versus Alex

Bien, damas, caballeros, Monstruo Comegalletas, Bruja del Pelo Verde, subproductos de nuestra mente aletargada, estimables compañeros y profesora del 1124, he aquí la payada que escribimos y recitamos. (Se aceptan sugerencias para nuestro siguiente performance, ja ,ja ja).

sábado, 4 de junio de 2011

Diferencia entre poesía gauchesca y la de payadores.

Santos Vega, (payador legendario, vencido únicamente por el Diablo en la persona de Juan sin Ropa), en décimas, por Carlos Obligado.


Al consultar materiales para elaborar este blog, nos dimos cuenta de que en ocasiones tiende confundirse la poseía gauchesca con las payadas. De heco, nosotros las confundíamos. Y es que ambas manifestaciones tienen que ver con los gauchos (si bien es cierto que en Sudamérica las payadas ahora las llevan a cabo artistas de diferentes procedencias, y guarda ciertas distancias con la de los primeros payadores).

Una de las motivaciones de este error es que el máximo representante de la gauchesca, el Martín Fierro imita la métrica de la paya y su protagonista es un payador.

La diferencia principal estriba en que la gauchesca fue escrita sobre los gauchos y la paya era entonada por ellos mismos.

La poesía gauchesca es uno de los acontecimientos más singulares que la historia de la literatura registra. No se trata, como su nombre puede sugerir, de una poesía hecha por gauchos; personas educadas, señores de Buenos Aires o de Montevideo, la compusieron.[1]


Mientras que la payada era inicialmente patrimonio popular. Para ilustrar las diferencias tomaremos el Martín Fierro como ejemplo y lo compararemos con una paya. 



La obra de Hernández tiene un carácter narrativo, cuenta una historia. La gran mayoría de las payas no relatan nada, sino que son ocurrencias o consideraciones sobre diversas cuestiones. Hernández, a parte del aspecto estético, pone en su texto una fuerte carga crítica en torno a su nación, en particular el gobierno.

Las payadas son de carácter eminentemente oral, volátil, mientras que la gauchesca está escrita y es producto del trabajo de hombres letrados que persiguen un fin distinto al de entretener a alguna audiencia:
  
La poesía gauchesca, desde Bartolomé Hidalgo hasta José Hernández, se funda en una convención que casi no lo es, a fuerza de ser espontánea. Presupone un cantor gaucho, un cantor que, a diferencia de los payadores genuinos, maneja deliberadamente el lenguaje oral de los gauchos y aprovecha los rasgos diferenciales de este lenguaje, opuestos al urbano.[2]

Las payas brillan casi siempre por la ausencia del elemento ideológico, mientras que la de materia gauchesca busca, si no hacer conciencia, contribuir a la formación de una identidad nacional. La poesía payadoresca surgió de los gauchos, mientras que esta última surgió cuando estaban extintos.

Y aunque el Martín Fierro pretende imitar los modos de la payada, no lo es. De hecho, en La vuelta de Martín Fierro se inserta una “payada”, esta es distante de las que se ejecutaban en las pulperías. En ella, el hijo de Martín Fierro y un moreno hacen disgresiones sobre el canto de la tierra, de la noche, del agua, etc. 

En la contraparte vemos que las payadas tratan de temas más cercanos al pueblo, como los caballos, el amor, el significado de algunas palabras, etc.

Bianco:                       Ríos y arrollos he cruzao,
siendo un resero cantor;
para mí el más nadador
es el tordillo plateato.
De los pingos de una estancia
¡perdone si lo destapo!
¿Cuál pingo es el más guapo
pa galopar distancia?
Betinotti:                    Yo he jineteao más de uno
y creo no estar errado;
como el caballo gateao
yo creo que no hay ninguno.
Saber quiero, compañero,
de los caballos del llano:
para correr mano a mano
¿qué pingo es el más ligero?

Aunque hoy día la payada se usa también como canción de protesta y su larga convivencia con la poesía ha hecho que en ocasiones su temática se acerque a la de la poesía.

La gauchesca tiene como principal medio de difusión la imprenta; la payada, el canto. Esta última está escrita en versos de arte menor, mientras que la primera usa también los de arte mayor. El tema de que abordan autores como Hernández es más humanista, mientras que el de los payadores tiende a ser más cotidiano y usar el lenguaje común, mientras que la gauchesca lo imita.

Así que estas dos manifestaciones artísticas tienen diferentes orígenes, la ciudad letrada y el pueblo.



[1]  J. L. Borges  El Martín Fierro. Buenos Aires, Columba, 1960. p. 9.
[2] Ibíd. p. 16.

¿Qué es una payada?

Portada del disco de Atahualpa Yupanqui. El payador perseguido. Obtenida de ict.edu.ar 

Veamos la definición que da el Diccionario Folklórico Argentino:

payada: se llama payada a una poesía que el gaucho cantaba ayudado por una melodía monótona, casi recitada que acompañaba con su guitarra. Lo importante era la poesía; la música era generalmente un auxiliar. Al gaucho que la cantaba se le llamaba payador, y el asunto de la canción abarcaba varios temas. La payada podía ser individual o a dúo. Esta última se llamaba contrapunto y podía ser a preguntas y respuestas o sobre asuntos varios. Entre estrofa y estrofa, individual o cantada a dúo, intercalaban un rasgueo de guitarra que servía de descanso para el cantor y le permitía pensar en la construcción de la estrofa siguiente […]. En Brasila llaman “desafío” a la payada.

Payada es, en esencia, el canto popular de Sudamérica, vaciada en general en versos octosílabos y formas como la décima, la cuarteta o la sextina. Consideramos que es como el corrido en México o el romance en España, aunque con algunas diferencias (más adelante hablaremos de sus características al compararla con la gauchesca).


Fundamental es el contrapunto, que es el duelo entre dos cantores para probar sus habilidades y deleitar al público. El contrapunto, en ese entonces y ahora, consiste en improvisar estrofas, ya sea en una dinámica de preguntas y respuestas entre los retadores, o basado en propuestas que el público hace a los contrincantes o al payador solitario.


El duelo de payadores termina cuando uno de ellos es incapaz de lanzar unos versos ante el tema o cuestión que tiene enfrente. En ocasiones hay un juez que decide quién gana.


payador: Coplero y cantor popular y errante, no sólo de nuestro país, sino de toda América del Sur.[1]

payador: Trovador popular y errante, que canta, echando versos improvisados, por lo regular, á competencia con otro que le sigue ó á quien busca al intento, y acompañándose con la guitarra.[2]

“aparece el Payador, lo más artístico de la tradición cantada […]. El cantor no tiene residencia fija, su morada está donde la noche le sorprenda. Su fortuna en sus versos y su voz. Dondequiera que el cielito enreda a sus parejas, dondequiera que se apura una copa de vino, el cantor tiene su lugar preferente, su parte escogida en el festín. El gaucho argentino no bebe si la música no lo excita, y cada pulpería tiene su guitarra para ponerla en manos del cantor” (cursivas del autor).[3]


El payador primitivo es definido como el cantor viajero, “vagabundo que duerme a cielo abierto y para quien la vida es una incesante combinación de poesía y peligro”[4] que viaja, de manera semejante a los juglares,[5] y entona sus canciones de manera improvisada, echando mano de diversos recursos aprendidos con la práctica y de otros payadores hallados en su camino.


este cantor andariego se detiene ahí donde ve un grupo de caballos estacionados alrededor de un palenque, sobre todo si tales caballos delatan la presencia de una pulpería. En la pulpería siempre habrá una guitarra que llegará a sus manos cuando el dé a conocer la habilidad que ejerce. [6]

La pulpería era una tienda, centro de venta habitual en Centro y Sudamérica. En el mismo solía comercializarse un surtido mixto de artículos de primera necesidad como azúcar, abarrotes y velas, carbón, telas y bebidas alcohólicas.[7] Esto último era lo que daba a las pulperías su carácter de centro social, propicio para reuniones y veladas en las que tenían lugar payadas.





[1] Esta voz y la anterior. Diccionario Folklórico Argentino. Félix Coluccio. Buenos Aires: El ateneo. 1950.


[2] “payador” en Vocabulario rioplatense razonado. Montevideo. 1980.


[3] Sarmiento. Facundo. Buenos Aires: Ayacucho. 1993. El autor hace una descripción del cantor en las págs. 48-50.


[4] Dorra p. 111.


[5] De hecho, Dorra dice que se parecían a los juglares porque también portaban nuevas: y habrá oídos ansiosos por enterarse de las noticias que llegarán con sus versos”, de “El arte…” p. 110.


[6] Raúl Dorra p. 110




[7] "pulpería" en el Vocabulario rioplatense razonado: “Casa ó rancho donde se vende al por menor vino, aceite, grasa, yerba, azúcar, velas de sebo, cafía, cigarros ordinarios y otras cosas semejantes. La casa en que se despachan objetos análogos de calidad superior, se llama almacén de comestibles y bebidas ó simplemente almacén, aunque también suele dársele el nombre de pulpería, particularmente en los pueblos de la campaña, así como cuando se halla establecida fuera de las poblaciones ó en medio del campo. Es la pulpería un compuesto de abacería y taberna.” Y también recoge la cita: "Pulperías son en el Perú, tiendas, mesones o tabernas donde se venden algunos mantenimientos, como son vino, pan, miel, queso, manteca, aceite, plátanos, velas y otras menudencias".( p. 330). “Pero se les llama pulperías precisa y determinadamente por lo que tienen de abacería y taberna, y no por ninguna otra causa ó circunstancia. Así. si en una de esas casas no se despachasen mantenimientos y bebidas, nadie le daría el nombre de pulpería. (p 331).